Con el otoño avanzado, multitud de plantas producen frutos carnosos, ricos en nutrientes y de colores más o menos vivos, con la finalidad de atraer a los animales para que se los coman. Luego, tras la consabida digestión, las semillas se depositarán con los excrementos en nuevos lugares y así la planta habrá conseguido su objetivo principal: extender su dominio. Algunos de esos frutos son comestibles para nosotros y otros, venenosos, aunque no para otros animales. Solo es cuestión de azar el que esas sustancias vegetales sean compatibles con nuestro organismo o no.
Entre los frutos comestibles del otoño, la reina es la zarzamora (Rubus ulmifolius), arbusto de 1-4 m cuyo fruto, la mora, es la más recolectada tanto para comer en crudo como para elaborar la conocida mermelada de moras, aunque también tienen prestigio el licor y el vino de moras.
El endrino (Prunus spinosa) también es muy cotizado, pues sus bayas, las endrinas o arañones, son la base del patxaran, ese licor tan consumido en Euskal Herria. Incluso se usan para aromatizar la ginebra de endrino que, según dicen, es más suave que la del enebro.
El madroño (Arbutus unedo) alcanza los 8 m y vive en encinares y lugares soleados. Echa unos frutos rojos del tamaño de una pequeña ciruela que, cuando están maduros, son muy dulces y apetitosos, aunque contienen una pequeña cantidad de alcohol que puede producir una leve embriaguez si se comen demasiados. Por ese motivo, también se les llama borrachines. En muchas zonas se elabora con ellos el conocido licor de madroños.
El escaramujo o tapaculo (Rosa sp.) es el fruto de las rosas silvestres. De colores naranja o rojo intenso, son ricos en vitamina C y comestibles, aunque hay que eliminar unos molestos pelillos de su pulpa previamente. Además de mermeladas, parece que su infusión tiene propiedades antiinflamatorias.
El espino albar (Crataegus monogyna) es un arbolillo de 4-12 m, de ramas espinosas y flores blancas muy cotizadas como medicinales para el sistema circulatorio. Los frutos, del tamaño de un guisante, son rojos, de pulpa harinosa y comestibles, aunque rinden más como jalea o para aromatizar vinos y brandis.
El serbal de cazadores (Sorbus aucuparia) es un árbol de hasta 15 m que crece en los bordes de robledales y hayedos. Su nombre popular proviene de que sus vistosos frutos rojos, que son un reclamo para las aves. Los cazadores se han valido de esa circunstancia para esperarlos al acecho. Si bien sus frutos son comestibles, conviene cocerlos antes de preparar con ellos mermeladas y jaleas, muy cotizadas en los países del norte de Europa.
El saúco (Sambucus nigra) es un arbusto que alcanza los 5 m de altura. En primavera le surgen unas flores blancas muy llamativas que, ya en el verano, se transforman en racimos de pequeños frutos que, al madurar, toman un color negro brillante. Con ellos, además de jaleas y mermeladas también se elabora un vinagre muy suave.
La belladona (Atropa belladonna), por ejemplo, es un arbusto de hasta 1,5 m que crece junto a bosques húmedos. En otoño, produce unas bayas negras que, como toda la planta, contienen atropina y otras sustancias letales. Bastan 4-8 de ellas para matar a un adulto. La atropina produce dilatación de las pupilas y parece ser que las damas italianas usaban como colirio el jugo de estos frutos para adquirir así una mirada especial, de donde procede bella donna.
Muy conocidos son los frutos del aro (Arum italicum), llamados “comida de culebras”, una manera de asustar a los niños para alejarlos de ellos; y con razón, pues, además de producir una violenta diarrea, pueden ocasionar coma.
Otra especie muy reconocible es el muérdago (Viscum album), una planta semiparásita que crece sobre diversos árboles. Sus frutos blanquecinos y viscosos nacen en invierno y se utilizan todavía como amuleto de la buena suerte en Navidad. Sin embargo, si se comen, surgirán diarreas, bajada de la tensión arterial y disminución del latido cardíaco.
También ligado a la Navidad está el acebo (Ilex aquifolium), aunque hay que recordar que es una especie protegida y su recolección está prohibida. Los bonitos frutos de color rojo —reserva nutritiva invernal para muchas aves— producen fuertes diarreas e intenso dolor abdominal, aunque no son mortales.
El bonetero (Euonymus europaeus) es un arbolillo de hasta 6 m que habita en setos y bordes del bosque. Sus frutos tienen el aspecto del bonete de un clérigo y adquieren un bello color rosado. Su consumo produce diarrea, alucinaciones, convulsiones e incluso la muerte.
El cornejo (Cornus sanguinea) es un arbusto abundante en márgenes de bosques y muy frecuente en nuestra zona. Sus frutos son negros y pueden producir una gastroenteritis grave y, con ella, deshidratación severa.
El rusco (Ruscus acualeatus) es un arbusto de hasta 1 m de altura que, por su dureza, ha sido muy utilizado para confeccionar escobas. Vive a la sombra del sotobosque y sus frutos son unas bayas rojas, muy llamativas para los niños, que producen diarreas, vómitos y convulsiones.
Finalmente, la dulcamara (Solanum dulcamara), pariente de la patata, es una hierba muy común que apenas sobrepasa el metro de altura y crece junto a bosques y ríos. Sus frutos son unas bayas ovoideas de color rojo que, tras ingerirlas, producen vómitos, convulsiones y delirios.