rugby historicos
Bilbao será la capital europea del rugby durante el segundo fin de semana de mayo. Se espera una avalancha de aficionados sin precedente en la Villa, para presenciar los días 11 y 12 las dos finales de clubes por antonomasia. Hablamos de la Challenge Cup (equivalente a la Europa League de fútbol) y la Champions Cup, que corona al rey continental del amadísimo deporte.
Se podrían llenar tres o cuatro San Mamés con las peticiones de entradas. Muchos seguidores llegarán desde el extranjero para vivir el ambiente y soñar con conseguir un billete in extremis. La fan zone será única, en El Arenal. El tercer tiempo que hacen los jugadores tras los partidos, ese espacio para la amistad y la cerveza, no es sino una prolongación de lo que practican los aficionados. El deporte en estado puro.
BAO reunió a cuatro de los integrantes de aquella final para un divertido tercer tiempo. Después de citarse en los aledaños del nuevo San Mamés, escenario de los partidazos que esperan, nos sentamos en torno a una mesa en el Restaurante Gure Kabi para recordar anécdotas, comer de fábula, reírnos a carcajadas y concluir sin disimulo que el gran beneficiario del evento será la ciudad. No habrá un antes y después para nuestro rugby.
Son personajes autorizados para desgranar el ayer y hoy de un deporte que tuvo en Jon Azkargorta y Jabitxin Diaz Paternain a sus máximas estrellas en Bizkaia. La mesa concluye que el primero ha sido el mejor de todos los tiempos, aunque sobre nuestra mesa hay un puñado de partidos internacionales.
Etxebarria, director de operaciones en Azkuna Zentroa, aún juega partidos de veteranos. Tiene una visión del evento que viene como uno de los grandes vividos en Bilbao: “Ha habido un Mundial de baloncesto, los saltos de Red Bull en el Guggenheim… No sé cuánto puede dejar esto para el rugby, pero hay un impacto asegurado para el turismo”.
Fidel Castro es, como su nombre y apellido dictan, el más revolucionario de la mesa. Se hizo famoso en la época de gloria porque era el enterrador del cementerio de Erandio. Aquello le dio muchas páginas en prensa, pero lo suyo era empujar, ganar metros. “Yo en cuanto me enteré de las finales compré ocho entradas. Y eso que estaba fuera. Será una auténtica fiesta. También digo que al rugby de nuestra provincia no le va a dejar nada”.
Aurrekoetxea, al que le brillan los ojos por su pasión, confía en que influya en la gente. “Serán dos días magníficos de ambiente y creo que impactará en los ciudadanos. Es lo nunca visto. Hay gente que se ha desplazado a Anoeta a ver partidos o son típicas las excursiones a los partidos de Seis Naciones, pero esto será otra cosa. Hará reflexionar”. Quizás se refiera, sin citarlo, a que su hijo Kerman, internacional juvenil, se haya mudado a la localidad francesa de Mont de Marsan para proyectarse hacia la élite. “Mi mujer (también campeona copera con el Getxo) y yo cogemos la autocaravana los fines de semana para verle jugar, y si hay que parar por otro partido, lo hacemos”, explica.
Urrutia está encantado porque van a disfrutar de “las máximas figuras del rugby europeo, los clubes que jugarán en Bilbao son auténticas selecciones”. El componente del Gernika reconoce que la emoción de los jóvenes por su deporte es menor hoy. “Nosotros en el tercer tiempo recorríamos todos los bares, ahora hay chavales que a veces no se quedan”, desvela. Etxebarria, con un hijo portero en las categorías inferiores del Athletic, aporta un divertido apunte. “Nos venía de cine, sino tomabas tres cervezas después del partido, te dolía todo el cuerpo, ejercía de anestesia”, comenta. Era tal su pasión que trabajaba en Madrid, se entrenaba allí con el Arquitectura y venía los fines de semana a jugar pese a que en su empresa no les hiciera gracia. “Lo dejé a los cuarenta años”, dice con orgullo.
Se desgrana que el secreto de aquel Getxo campeón estaba en el colectivo: “Coincidimos una generación muy buena. Teníamos pasión por lo que hacíamos y no abandonamos al mínimo obstáculo. Ahora, el aliciente está en el profesionalismo. Tienen la suerte de que por jugar, por ejemplo en Valladolid, te pagan la carrera y hay quien gana 100.000 euros”. Aurrekoetxea recuerda que en su época solo cobraban las dietas de la selección española: “Eran diez mil pesetas, recuerdo que ganamos 70.000 por una medalla de bronce en unos Juegos del Mediterráneo”. Fidel recuerda la misión que tenían entonces antes de los partidos: “Pintar las rayas con cal y, algunas veces, cavar para recolocar los palos. Solamente te daban la camiseta; el pantalón, las medias y las botas te las pagabas tú. Éramos amateurs a muerte. Hace poco, le ofrecí a un chaval ir a jugar a Islas Caimán con todo pagado y no quiso”. El rugby en esencia, como son ellos. Alguno ya jugó en el viejo San Mamés. Ahora les toca ser aficionados de la Champions. Son igual de felices.
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